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NUEVO RECONOCIMIENTO A D. MANUEL LOSADA EN EL 50 ANIVERSARIO DEL INSTITUTO DE BIOQUIMICA
EL INSTITUTO DE BIOQUIMICA VEGETAL Y FOTOSINTESIS DEPENDIENTE DEL CONSEJO DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS RINDIO HOMENAJE A SU FUNDADOR, MANUEL LOSADA VILLASANTE EN UN ACTO EN SEVILLA EL PASADO 29 DE JUNIO QUE PASAMOS A INFORMARLES DIRECTAMENTE DESDE CARTA RECIBIDA Y FIRMADA POR ÉL MISMO PARA EL DISFRUTE DE TODOS SUS PAISANOS

06/07/2017. Hoy, 29 de junio de 2017, festividad de los apóstoles Pedro y Pablo ―hombres humildes, pero de gran fe, sensatez, nobleza y entusiasmo, y nada menos que los primeros Padres de la Iglesia― celebramos en el Centro de Investigaciones Científicas Isla de la Cartuja (CICIC) las bodas de oro de nuestro Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis (IBVF), Centro Mixto de la Universidad y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Con este motivo quiero felicitaros como fundador y antiguo director con profunda gratitud, reconocimiento y los mejores deseos a todos ―presentes, ausentes y ya fallecidos― los que a lo largo de los últimos 50 años habéis contribuido con vuestra total entrega, sacrificio y perseverancia a su nacimiento, desarrollo y esplendor. El IBVF es ya no sólo una soñada esperanza sino una realidad envidiable, universalmente reconocido a nivel ciudadano, regional, nacional, europeo e incluso transoceánico, lo que es oportuno recordar en vísperas de la conmemoración del viaje de circunvalación de Magallanes y Elcano.

Nació nuestro Instituto, casi de la nada, a mi vuelta de Estados Unidos en 1961 como una humilde Sección de Bioquímica y Fisiología Celular del también naciente Instituto de Biología Celular en unos locales destinados a los Servicios de señoras del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) del CSIC, conocido como “el Cajal”, grandioso y emblemático edificio recién construido por Fisac en la madrileña calle del sevillano Velázquez. Allí conocí a Antonia, tomando el té de media mañana en los laboratorios anejos de los doctores Morreale y Escobar, Premios Nacionales de Investigación, donde ella trabajaba como ayudante. Dos años después nos casó el padre jesuita O’Callaghan, experto papirólogo, en la Misa oficiada por el ya entonces padre Albareda y bendecida desde el Vaticano por el Papa Juan XXIII en la Iglesia del Espíritu Santo del CSIC, cercana a la “Residencia de Estudiantes”, donde yo vivía desde 1953, salvo los años en el extranjero. Durante mi estancia como investigador del CSIC en Madrid impartí dos cursos la asignatura de Fisiología Química a los alumnos de Ciencias Biológicas en la Ciudad Universitaria de la Universidad Complutense, donde yo me había licenciado en 1952 y doctorado en 1957 en Farmacia.

Mi vida había sufrido un giro copernicano en 1952 ―el mismo año en que también se crearon las facultades de Biología de Madrid y Barcelona― con motivo del viaje fin de carrera a Italia de nuestra promoción bajo la guía y tutela del profesor Albareda. Inolvidable fue entonces la audiencia con Pío XII. En adelante, ya no sería boticario en mi luminoso pueblo de Carmona, lucero de Andalucía, en cuya Plaza de Arriba había instalado un pequeño y entrañable laboratorio de alquimista, sino becario sucesivamente del Consejo, de la Junta de Energía Nuclear e investigador contratado en Münster, Copenhague y Berkeley. Fue en esta prestigiosa Universidad, trabajando muy cerca del profesor Arnon con bacterias fotosintéticas, microalgas y plantas superiores, donde despegaría en alegre y veloz vuelo en busca de la luz del Sol, vuelo fantástico que continué más tarde igualmente ilusionado en Madrid y Sevilla.

Por influencia y consejo de los químicos y farmacéuticos Albareda y Lora-Tamayo ―catedráticos de Universidad, investigadores y creadores del Consejo, apóstoles de la nueva ciencia española, que creyeron con fe y esperanza en las nuevas generaciones de jóvenes científicos que ellos mismos estaban contribuyendo a formar e impulsar― vine a Sevilla en 1967 como catedrático de Química Fisiológica de la nueva Facultad de Biología, sita entonces como un embrión multiforme en un rincón abandonado de la planta de arriba en la antigua Fábrica de Tabacos de la legendaria Carmen la cigarrera. Y lo hice con nostalgia de la primitiva y vetusta Universidad Hispalense de la calle Laraña, donde había iniciado en 1946 mis estudios de Química y Farmacia.

Me había impresionado entonces, al contemplar en su patio central la estatua egregia de Maese Rodrigo, conocer que su fundador había sido un culto clérigo carmonense judeoconverso contemporáneo de Colón y, como él, gran devoto de la Virgen de la Antigua, advocación que llevarían los andaluces y extremeños a América tras el Descubrimiento. Por otro lado ¿cómo olvidar que en un aula desvencijada había visto igualmente con ojos muy abiertos realizar a un profesor ayudante de Física con cacharros más bien obsoletos la experiencia de cátedra de la electrolisis del agua? Desde el año pasado, la ecuación más importante para la vida en nuestro planeta a expensas de la luz del Sol, conocida como biofotoelectrolisis del agua, está grabada también en una placa a la entrada del laboratorio de bioquímica de alumnos del Colegio de San Francisco de Paula, donde estudié los últimos cursos de Bachillerato.

Muchos de ustedes ya conocen ―pues la UNIA ha publicado recientemente mis Memorias, gracias a su Rector y discípulo mío Eugenio Domínguez― cuáles fueron a mi vuelta de Madrid mis siguientes pasos por el Campus de Reina Mercedes en el barrio de Heliópolis y por el Centro de la Cartuja al norte de la avenida Américo Vespucio. Un Avance muy resumido de mis Memorias había sido publicado anteriormente en una modesta pero conseguida y brillante edición en Carmona y fue presentado en la conferencia de inauguración del curso 2015-2016 en el Ateneo de Sevilla, donde fui introducido por mí también alumno y sucesor en todos mis afanes Miguel García Guerrero.

Uno de nuestros mejores amigos y más íntimos colaboradores durante sus últimos años fue Arthur Kornberg, el primer discípulo postdoctoral del profesor Severo Ochoa en Nueva York, recién llegado éste en 1942 a la capital del mundo, con quien compartió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1959. Curiosamente, su hijo Roger también obtuvo el Premio Nobel de Química en 2006. Para pronunciar una conferencia en el CICIC y conmemorar el descubrimiento del expediente de Ochoa en el Instituto San Isidoro de Sevilla, donde el asturiano-malagueño había estudiado en 1920, Arthur Kornberg vino a Sevilla el año 2001. El azulejo conmemorativo fue colocado en el atrio del Instituto, frente al Laus Spaniae de San Isidoro. Dadas las circunstancias de desconcierto y enfrentamiento que actualmente vive España es importante recordar a políticos y no-políticos que deberían conocer mejor la historia de nuestra patria y saber que ésta nació unificada como una gran nación antes de la invasión musulmana. Comentando con Kornberg la construcción de una torre gemela de la Giralda sevillana en el Madison Square Garden ―derribada por la presión urbanística― me escribió a su vuelta confirmando que efectivamente una torre idéntica había sido levantada, pero con una veleta representando a una Diana desnuda en la cúspide, en lugar del sevillanísimo Giraldillo, lo que había provocado un aumento escandaloso de ventas de prismáticos.

Como escribió el gran maestro Antonio Machado Ruiz ―nieto de mi predecesor en la Universidad, la Academia Nacional de Ciencias y el Ateneo, el casi olvidado don Antonio Machado y Núñez― se me puede aplicar su famosa frase: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. En efecto, un imprevisto caleidoscopio y fascinante camino ha sido el que he recorrido a lo largo de mi azarosa vida. ¡Quiera Dios que el futuro sonría al IBVF como lo hizo en el pasado y lo está haciendo en el presente!

Voy a terminar con el más hermoso y castizo piropo que le han echado a Sevilla, la ciudad de la gracia; precisamente uno de sus más grandes e inspirados poetas, Manuel Machado, hermano mayor de Antonio y alumno de una generación anterior de nuestra Universidad:

El secreto de Sevilla, su mayor encanto, es la luz.

Sevilla, 29 de junio de 2017

Manuel Losada Villasante
 
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