Ayer, con gran sorpresa y ¿por qué negarlo? con enorme alivio y sosiego, leí en varias cadenas de televisión las frases que, desde Bélgica, acababa de escribir, como un derrotado Napoleón en Waterloo, el hasta ahora para mí −y creo que para infinidad de españoles− fantoche y totipotente Puigdemont.
Humildemente y con aparente meridiana franqueza confesaba que él también era humano y que, como hombre, reconocía sus debilidades, fragilidad e impotencia y en consecuencia dudaba. Ya no era el presidente engreído de toda Cataluña ―también, si bien sólo parcialmente, orgullosa, soberbia y llena de odio― sino un simple mortal. Mañana, fiesta de la Candelaria, podrá repetir iluminado por el Espíritu Santo con el anciano Simeón la confiada frase de éste al entrar Jesús en el templo con sus padres: “Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz...”. Dentro de unas semanas, el Miércoles de Ceniza, podrá también, si es honesto consigo mismo, meditar arrepentido y filósofo ―en latín, pues le repele el español― las sabias palabras que tanto nos hacen reflexionar con humildad a todos los humanos sobre la realidad de la vida terrenal: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”. Y en el momento de la inevitable realidad de la muerte corporal: “Vánitas vanitatum, et ómnia vánitas”. Si tiene fe y esperanza en la vida eterna entonará también gozoso: “Lux perpetua luceat eis”. Que Dios le perdone todo el costoso daño que ha hecho con sus egoístas sueños de poder y grandeza.
Carmona, 1 de febrero de 2018
Manuel Losada Villasante